miércoles, 13 de mayo de 2015

Novedad editorial. El pozo de los deseos, de Emma Maldonado

El pasado cinco de mayo salió a la venta la segunda edición de la primera novela de Emma Maldonado, El pozo de los deseos, con la que se decide a entrar de lleno en el mundo de la autopublicación, y en una presentación exclusiva para Tiempo de Lectura, Maldonado, nos habla sobre ella. 


El Pozo de los Deseos fue mi primera novela publicada, ahora, autopublicada, es por eso por lo que le tengo mucho cariño. Fue la primera que hice como algo serio en cuestión de historias, ya que nunca había pensando en publicar nada. En realidad el Pozo tampoco, pero desde el principio la historia me enamoró, y me convencí de que, incluso para mí misma, tenía que quedar lo mejor posible, lo más “profesional” que pudiese siendo una novata. La idea surgió de un viaje de estudios que hicieron mis compañeros de clase, al que no pude asistir, pero una amiga me habló de un poso de los deseos que había visto en Galicia y me fascinó mucho. Años más tarde, cuando era una lectora empedernida, me vino un flash de ese pozo que había visualizado en mi mente años atrás, y de repente, tuve la idea: El Pozo de los Deseos. Por poneros un poco en situación, os hablaré de los protagonistas: Sonia es el personaje principal, tiene diecisiete años y que narra su historia en primera persona, por lo que todo se ve a través de su prisma. Sus padres están separados, y se ha visto obligada a vivir con su padre, pues no le cae muy bien el nuevo novio de su madre. Se ha tenido que mudar a un nuevo pueblo donde no conoce a nadie, y en cuanto pone un pie en el instituto su vida da un paso más hacia el infierno, pues no entra con muy buen pie. Nos encontramos con Sonia un año después desde su llegada a su nuevo hogar, donde su situación, para ella es insostenible. Decide ir al viaje a Galicia que ha propuesto su instituto porque no quiere dejar ver a su padre que en realidad está harta de su vida, pues el pobre hombre ya tiene bastante con lo suyo. Allí discute con sus compañeras de habitación, y en medio de la noche, presa de la ira, sale corriendo hacia el bosque que bordea la casa rural donde se alojan. En un claro descubre el Pozo de los Deseos, un lugar… abandonado, o eso parece. Como salido de la nada, un chico aparece a su lado, Eloy, que le dice que pida un deseo, y aunque en un principio Sonia es reacia a hacerlo, decide pedirlo. Eloy es un personaje importante en la historia, ya que será el encargado de llevar el misterio de la trama, y además, el apoyo que durante tanto tiempo ha esperado Sonia; parece un príncipe azul caído del cielo. Adrián es el tercero en discordia, compañero de clase de Sonia, y alguien importante para ella en el pasado, cuando llegó nueva a la ciudad, pero que un buen día le da la espalda, o al menos eso parece. En ese viaje a Galicia también intentará recuperar, o al menos acercarse, a Sonia. Estamos ante una novela juvenil romántica, y que además tiene una parte sobrenatural, que tiene muchas horas de dedicación y que creo que merece la pena ser leída por todo el que disfrute de una buena novela paranormal y además romántica con aires jóvenes.

Para abrir un poco el interés sobre la novela, nada mejor que una de sus escenas y su autora nos la entrega para nuestros lectores. 


Corrí a través de los pasillos iluminados por las tenues luces de las lámparas que colgaban a los laterales. No quería llorar, yo era inmune a eso y ellas no podían hacerme daño. Mi mente siempre se convencía de aquello cuando las cosas iban mal. Hacía tiempo que había aprendido a canalizar mis emociones, pero a veces explotaban. El día había sido frío, y había salido afuera sin chaqueta y sin nada de abrigo. El bosque que rodeaba la casa rústica era tenebroso a esas horas de la noche, y la luna llena iluminaba algunas secciones de los árboles provocándoles destellos plateados que los convertían en decorado de película de terror. Estaba asustada, pero me daba igual, no iba a regresar hasta que no estuviese totalmente calmada y pudiese mirar con indiferencia a esas dos que tenía apalancadas en mi habitación. Tropecé con una rama y caí al suelo de barro seco. Me hice daño en el muslo derecho, aparte de ponerme hecha una piltrafa. Bufé malhumorada por la suerte que estaba teniendo esta basura de noche. ¿Por qué me tenían que pasar estas cosas a mí? ¿No era ya bastante que los idiotas de mi clase o bien pasaran de mí, o bien me hicieran burla? ¡Encima me tenía que caer en un bosque gallego y hacerme polvo! Vislumbré una pequeña cueva cuando me pude levantar. Había un claro en el terreno y en uno de sus extremos estaba la entrada al agujero negro enclavado en la roca. En frente del socavón había una figura, no lo distinguía bien desde donde estaba, pero sabía que no era una persona. Me acerqué, no tenía otra cosa mejor que hacer. Era un pozo de piedra. Estaba muy cerca de la entrada de la cueva y decidí resguardarme allí del frío un ratito, porque no me sentía con fuerzas para regresar a la casita rústica aún. —Pozo de los deseos —leí en un cartelito que parecía muy antiguo, situado al lado del pozo. Lo vi a duras penas, y gracias a que la luz de la luna le daba de lleno pude ver que la letra estaba muy desgastada. Me dirigí a la cueva, que no era muy profunda, abrazada a mi cuerpo. ¡Qué frío!, y qué tonta era yo, porque no tenía por qué estar pasando aquello. Si hubiese estado más serena hubiese tomado las riendas de la situación de otra manera. Pero bueno, ya qué le iba a hacer. Me acomodé como pude en el suelo de piedra mientras me abrazaba las rodillas. Algo me pinchó en la cintura y me metí la mano en el bolsillo. Era una moneda que no sabía que tenía ahí. La miré a través del brillo de la luna que me llegaba desde donde yo estaba escondida. —Por tu culpa —dije—, por tu culpa estoy en esta situación. —Comencé a llorar como una desesperada mientras me apretaba contra mis rodillas y agachaba la cabeza. Era cierto; la culpa la tenía el dinero. Mi madre era la que tenía poder económico en la familia, y mi padre en cambio, trabajaba en lo que podía. Nunca había querido vivir de su esposa y había rechazado siempre lo que ella le había ofrecido. Mi padre era genial, pero en ese sentido era muy orgulloso. Todo venía porque mis abuelos no habían querido que se casara con mi madre; ellos decían que él solo lo había hecho por el dinero y mi padre había contestado a eso apañándoselas en lo que le había ido llegando para trabajar. Mi madre quería darle una pensión por mí, pero tampoco la aceptó. Ella me ingresaba el dinero en mi cuenta de todos modos, decía que aunque no lo gastase para las cosas de la casa y mi manutención, ahí lo tendría para cuando lo necesitase. Por esa causa mi padre aceptaba todo lo que podía reportarle algún beneficio, ya que con la crisis las cosas estaban muy mal y no había mucho trabajo. En el pueblo era el encargado de la empresa de construcción del padre de Mónica. Sí, la construcción iba mal y Mónica no estaba en crisis. ¿Cómo era posible? Muy fácil, su padre trapicheaba con más cosas de las que quería aparentar. —¡Te odio! —le grité a la moneda—. Ojalá no manejaras el funcionamiento del mundo, así podría haber ido a parar a algún lugar cerca de mi antigua casa, o incluso no haberme movido de allí. Apreté la moneda contra mi mano mientras las lágrimas me nublaban la vista. Grité de frustración, lancé con todas mis fuerzas el euro que había encontrado por azar en mi bolsillo y seguí llorando, esta vez, con más ansias. Se escuchó un ruido que hizo que me quedara quieta. Algo se había movido ahí fuera, y sinceramente, me estaba dando aún más miedo que antes. Salí de la cueva temblando. Miré al lado derecho; nada, solo árboles siniestros irguiéndose sobre la tierra. Miré hacia la izquierda, más de lo mismo. —¡Eh!, ¿esto es tuyo? —dijo alguien a mi espalda. Solté un grito de puro terror mientras echaba a correr hacia los tenebrosos árboles sin mirar atrás. Me caí de nuevo, como una idiota, por culpa de otra rama en el suelo, pero esta vez me rasgué el pantalón por la rodilla, sin hacerme mucho daño. Quería levantarme deprisa y salir corriendo de nuevo de quien fuera que estuviese allí. —¡Eh!, no corras, este sitio no está preparado para eso —dijo un chico saliendo de las sombras, justo detrás de mí. ¿Cómo había llegado tan pronto hasta allí si yo no había escuchado más pasos, aparte de los míos? Estaba muerta de miedo cuando lo vi acercarse en medio de los árboles. —Por favor, por favor, no me hagas daño. Me iré de aquí y no diré que te he visto —dije con las manos unidas, suplicando desde el suelo. El tipo calló unos minutos y no sé qué cara tendría en ese momento porque yo tenía los ojos cerrados mientras suplicaba por que me dejara vivir. —Oye, que no soy un asesino —dijo malhumorado. Cuando levanté la vista hacia él, la luz de la luna me dejó ver que tenía una ceja levantada y me miraba incrédulo. Busqué el móvil en el bolsillo, porque no me fiaba en absoluto de nadie y menos de un tipo que andaba por ahí a esas horas de la noche. ¡Mierda! ¡No estaba! Se debía de haber caído con las prisas. —¿Esto es tuyo? —volvió a preguntarme. Yo pensaba que me iba a devolver el móvil, que de casualidad lo había visto caer de mi bolsillo y había sido tan amable de traérmelo, pero no, lo que me estaba preguntando era que si la moneda de un euro que había tirado era mía. —Sí —contesté confusa. ¿Había visto mi moneda y no había visto mi móvil? Yo ni siquiera había escuchado caer al suelo la moneda, es más, se me había antojado verla estamparse cerca del pozo, si no se había metido dentro. Pero también podría estar confundida ya que estaba sollozando muy fuerte. —¿Has pedido algún deseo? —preguntó. Me quedé más confusa todavía. No parecía importarle el hecho de que me hubiese dado un susto de muerte y hubiese salido corriendo de él (ni de que fuese una desconocida). Solo le importaban mi moneda y mi deseo. ¡Qué chico más raro! —No me digas que crees en esas cosas —dije mientras me levantaba del suelo aún temblando. —Si no has venido aquí por eso, ¿por qué entonces? —Ahora era él el que parecía confuso. —He salido a dar una vuelta y he llegado de casualidad. —Me encogí de hombros; no iba a contarle la verdad a un desconocido que parecía sufrir algún problema mental. Me volví a acordar de mi móvil y fui andando deprisa por donde había venido corriendo, esquivando al chico al que apenas me atrevía a mirar. Él me siguió los pasos y empezó a ponerme nerviosa. Quería encontrar el móvil a toda prisa porque, si me pasaba algo, esperaba tener una mínima oportunidad de llamar al 091. Lo vi tirado al lado de las rocas que cubrían la pequeña cueva; la pantalla brillaba con el reflejo de la luna. ¡Menos mal! Me acerqué a él y lo cogí rápida. El chico se encontraba mirando la moneda detenidamente al lado del pozo. —¿Cuál es tu deseo? —volvió a la carga mientras pasaba de la moneda y, esta vez, me miraba a mí. —Ninguno. Yo no creo en esas cosas —contesté a punto de irme. —Seguro que algo hay. Algo que quieras cambiar, algo que quisieras que pasara, algo que no te gustaría que ocurriera… Me quedé mirándolo sorprendida, pues era verdad, pero la vida no iba a ser como a mí me diera la gana solo por pedir un deseo a un pozo abandonado. —Prueba. —Tendió su brazo hacia mí para darme la moneda. Yo no sabía qué decir ni qué hacer. Esto era una tontería y no merecía que perdiese mi tiempo, pero a la vez, él estaba tan insistente que me daba miedo llevarle la contraria por si me hacía algo. Siempre me habían dicho que a los locos era mejor seguirles la corriente… —Está bien —titubeé mientras cogía el euro. Lo cerré en mi puño mientras pensaba qué podía pedirle al pozo. Yo estaba harta de todo y enfadada con el mundo entero, y lo que me había dicho Ángela no se me había olvidado aún. Pero no solo estaba cabreada con Ángela, o con Mónica, o con el resto de mi clase y ese estúpido pueblo. Estaba cabreada conmigo misma; primero porque le mentía a mi padre; y segundo porque me mentía a mí misma. Yo pensaba que podía sobrellevar esta situación de alguna manera, pero no era así, deseaba profundamente que las cosas cambiasen. Quería volver desesperadamente a mi vida anterior. No noté que las lágrimas resbalaban por mis mejillas de nuevo hasta que él me despertó de mis pensamientos dando un paso hacia mí. Yo, automáticamente, di uno hacia atrás. —Vale. Desearía que todo volviese a estar como antes: ser feliz como cuando vivía con mis padres y tenía a mis amigos. Me gustaría que toda esta situación cambiase porque es un asco —solté malhumorada, mientras me frotaba la cara con la mano intentando quitarme las lágrimas. Tenía tanto odio dentro y tanto rencor hacia quienes me rodeaban… Hacía mucho que no hablaba con nadie y que no me desahogaba. Tenía mucho miedo de hacerles daño a mis padres, tanto era así, que por mi padre yo estaba yendo a todas esas excursiones de pacotilla y soportaba verles la cara todos los días a los veinticuatro compañeros que tenía en clase. Estaba harta de hacer a la gente feliz mientras yo era cada día más infeliz. Vale, mi padre no era feliz del todo conmigo, pero estaba mejor desde que yo, para él, estaba mejor. Y Mónica era inmensamente feliz cada vez que me decía algo o se burlaba de mí. Yo la mayoría de las veces pasaba de ella, pero otras me hacía daño, mucho daño. Y cada vez más últimamente. Echaba de menos a mis amigos por encima de todo; ellos habían sido mi apoyo cuando en casa las cosas habían ido mal. Pero ahora las cosas no solo iban mal en casa, iban peor en el instituto, y no tenía a quién contárselo. Esa inmunidad al dolor que me había forjado durante el año anterior se estaba yendo y estaba dejando paso al dolor. No podía permitir eso. En medio de sollozos volví a lanzar la moneda con todas mis fuerzas y mi rabia al centro del agujero negro que tenía delante. —Hecho —dijo el chico mientras sonreía. Esa palabra me confundió. ¿Hecho? ¿El qué? ¿Mi deseo? «Este tío lee aun más libros fantásticos que yo», me dije mientras volvía en mí y me serenaba un poco. Me estaba dando frío de nuevo y tenía un sueño que me caía al suelo. Iba a volver ya, aunque esas dos cotorras no hubiesen acabado de hablar, ya me daba lo mismo. —Esto… encantada de conocerte… —Eloy —me informó él. —Eloy —repetí—. Me tengo que ir porque si no se van a preocupar. Adiós. Me fui andando deprisa, esperando que no me siguiera, porque si no, le tiraría una piedra a la cabeza si se atrevía a tocarme. —¿Cómo te llamas tú? —me preguntó desde el pozo. Al menos sabía que no me estaba siguiendo. —¡Sonia! —grité sobre mi hombro mientras giraba un segundo la cabeza para ver la distancia que dejaba entre nosotros. Bien, él estaba parado en el mismo sitio que antes y no tenía intención de seguirme. Llegué a la habitación a la una y media, bostezando. Me alegré de encontrarme la puerta abierta. Cerraban a eso de la una y yo no había avisado de nada con las prisas de dejar todo atrás. El vigilante me dedicó una mirada envenenada; yo era la causa de que no se hubiese ido a dormir ya. Las luces ya estaban apagadas y las respiraciones de las dos imbéciles se escuchaban sonoramente. No quería despertarlas porque ponerlas de mal humor a ellas me pondría de mal humor a mí, así que hice el menor ruido posible. Afortunadamente, mi pijama, mi maleta y el resto de mis cosas continuaban donde las había dejado. Me iluminé con la luz del móvil mientras me desvestía y me preparaba para dormir. Mi cama estaba pegada a la ventana por la que se vislumbraban un millar de sombras. Miré de reojo, asegurándome de que Eloy, si se llamaba así, no me hubiese seguido. No parecía haber nadie, pero no sé por qué no estaba tranquila del todo. Me costó mucho coger el sueño a pesar de lo cansada que estaba, pero finalmente lo conseguí.

Que te ha sabido a poco, pues nada mejor que seguir el enlace del blog de Emma Maldonado donde encontrarás los tres primeros capítulos de la historia; Destellos literarios.
Si deseas más información sobre esta novela, puedes dirigirte al correo electrónico de su autora: destellosliterarios9@gmail.com

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